miércoles, 16 de enero de 2013

Hermandad El Nazareno, Córdoba


Real e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima Nazarena y San Bartolomé. 


Cordoba




Datos Históricos



En la calle Carchenilla, hoy de Jesús Nazareno, del barrio cordobés de San Lorenzo se documenta la existencia, anterior a 1490, del hospital de San Bartolomé, establecimiento asistencial con seis camas para pobres enfermos. El pequeño hospital y su ermita son propiedad de una antigua hermandad que en 1579 se convierte en cofradía de penitencia sin por ello abandonar su primitivo carisma asistencial, como lo prueban el mantenimiento del antiguo hospital o iniciativas como la creación de Padre Cristobal con niñosun refugio de pobres en 1629, para dar adecuado cobijo a los menesterosos, o el socorro a los más necesitados en la dramática carestía de 1737 y 1738. Hito el más importante de esta vertiente asistencial es el ingreso en la cofradía del padre Cristóbal de Santa Catalina el 11 de febrero de 1673, y la inmediata fundación de la congregación hospitalaria que hoy mantiene su espíritu de entrega a la pública utilidad.

En la fecha histórica del 21 de marzo de 1579 el obispo fray Martín de Córdoba y Mendoza aprobaba la Regla de los cofrades de Jesús Nazareno y del glorioso apóstol san Bartolomé, quedando así fundada la primera cofradía que en la diócesis cordobesa instauraba las nuevas formas penitenciales de las primeras horas del Viernes Santo, descritas en el capítulo VII de las citadas reglas: “Ante todas cosas saldrá el pendón de damasco blanco que de nuestras limosnas se hizo con las cruzes rojas y luego dos dozenas de cirios encendidos a dozena por libra y no los lleuarán con túnicas los cofrades, si no ay cantidad para ello, enpero combidados y particulares de capa negra, luego atrás destos un guion negro con el título de Jhs nazareno con letras de oro y junto a este guion yrá nuestro maestro y redemptor jhuxpo en sus andas con la cruz en los hombros, así como yua por la calle del amargura, y luego siguiéndole yrán todos nuestros hermanos con sus cruzes a cuestas con humildad y gran silencio, entre los quales en medio el coro lleuarán al discípulo amado S. Juan y al cabo a la soberana Virgen Nuestra Señora con algunos clérigos que en tono bajo vayan diziendo algunos salmos y letanías”.

Un rápido proceso de aristocratización culminaría en pocas décadas con la exigencia del privilegio de hidalguía para los hermanos de la ilustre corporación nazarena, integrada exclusivamente por los estamentos privilegiados de la sociedad cordobesa; de ahí el sobrenombre entrañable del Nazareno cordobés: el Señor de los señores. Mas, frente al clasismo cofrade, también en rápido proceso la intensa devoción del pueblo, que en masa visita los viernes a Jesús y en masa lo acompaña en los actos de culto, tan multitudinario alguno como la memorable procesión de 1650, en rogativas por la salud en la terrible epidemia de peste. Cada Viernes Santo, junto a la acostumbrada presencia de autoridades, clero parroquial y algunas comunidades religiosas, rondaban las trescientas las hachas de cera proporcionadas por los hermanos a los populares hacheros, devotos cordobeses que, con túnicas moradas, alumbraban los pasos de la cofradía. Y, en consonancia, numerosísimo el concurso de pueblo fiel que acude a contemplar la penitencia cofrade en torno al Nazareno, a pesar de la incomodidad horaria de una procesión que fue adelantando su salida hasta las 2 de la madrugada en el siglo XVIII. Dato significativo, en 1791, en su penúltima salida tras más de dos siglos de comparecencia continuada en las calles cordobesas, la cofradía paga a “seis Alguaciles Ordinarios que asistieron en dicha cofradía para hechar fuera los muchos muchachos que concurren a coger cera”.

Dificultades impuestas por las directrices ilustradas de las autoridades civiles y eclesiásticas, junto a las derivadas de la peculiar idiosincrasia de la corporación, acabaron privando a Córdoba de aquel cortejo suntuoso que a lo largo del siglo XVII fue enriqueciéndose con nuevos elementos, algunos afortunadamente conservados en buena parte de las localidades del entorno geográfico cordobés. Además de la principal insignia cofrade, el estandarte morado con la efigie de Jesús,Estandarte de Jesús aparecen nuevos atributos, como la tablilla con el título de la condenación o el pendoncillo con las águilas y siglas imperiales, denotativos de la teatralidad barroca, asimismo patente en los sones de la trompeta que anuncia a la cofradía, en la representación del Cirineo por un cofrade tras el Nazareno, a quien escoltan los armados, sustituidos por militares en el XVIII, o en las sucesivamente incorporadas imágenes de la Magdalena y la Verónica, que en sus parihuelas caminan ante San Juan siguiendo al Maestro. Él y su Madre Dolorosa son los protagonistas devocionales, con sus efigies más de un centenar de cirios, las prestigiosas capillas de música entonando el Miserere y el Stabat Mater, o los dos incensarios y los morados palios de respeto portados por clérigos.

Tallada según los ideales estéticos de Pedro de Mena, la imagen primorosa de la Virgen del Pilar, Virgen del Pilarobjeto de solemne fiesta y novena anuales desde finales del siglo XVII, venía a incrementar el patrimonio cofrade, objeto de renovaciones tan importantes como la hermosa escultura de San Juan, datada en 1626, o la nueva efigie de Nuestra Señora de la Soledad, que en sus flamantes andas impactaba en 1698 a la Córdoba cofrade con su mayestático patetismo, tan propio del arte de José de Mora. Clausuraba la centuria la espléndida donación de las andas de plata de Nuestro Padre Jesús, obra de Alonso Pérez de Tapia. Ochenta años más tarde eran donadas las de la Virgen de la Soledad, magistralmente labradas por el platero Cristóbal Sánchez Soto, autor también del ostentoso conjunto de sagrario y manifestador de las grandes festividades. También del siglo XVIII, las exquisitas indumentarias procesionales bordadas en oro que aún se conservan. De 1773, la singular túnica francesa, de la casa Recamiers y Compañía, para el Señor.Salla Antigua del Señor Para la Virgen bordaba en 1780 Buenaventura Oller en Barcelona riquísimos manto y saya, y anónimos túnica y manto de similar riqueza estrenaba posteriormente la imagen de San Juan.

Inmersa la cofradía en la profunda crisis que afectó a la Semana Santa de Córdoba durante la primera mitad del siglo XIX, inicia en 1850 su reorganización, y aquel mismo año se incorpora con la imagen del Nazareno en la recién creada procesión oficial del Santo Entierro, con la que vuelve a la vida la Semana Santa de la capital cordobesa, ajena a su tradición y obediente al lamentable reglamento decretado en 1820 por el obispo Trevilla. Abandera la cofradía el lento proceso de ruptura con las arbitrarias imposiciones episcopales en el histórico amanecer del Viernes Santo de 1858, testigo de la salida de la procesión de Jesús según la tradición secular, apenas modificada por innovaciones como la reducción de estaciones, sólo en la parroquia del Salvador y en la catedral, o la presencia tras la Virgen de una escolta militar con banda de música. La suspensión de la salida en 1862 y la reintegración del cortejo penitente en la procesión oficial del siguiente año ponían fin al encomiable esfuerzo de los hermanos de Jesús por devolver a la ciudad sus genuinas tradiciones procesionales, esfuerzo efímero hecho posible gracias a la regia aprobación de Isabel II de los nuevos estatutos cofrades en 1857.

Con ilusión renovada prescribían los estatutos el quinario al NazarenoNazareno, culminado, con la habitual asistencia del prelado diocesano, en la festividad del Dulce Nombre de Jesús, o el nuevo hábito cofrade, con morada túnica de cola, que no llegó a realizarse. Ilusiones materializadas en realizaciones tan notables como la cruz de plata de Jesús, obra de Francisco Parias en 1860, o la magna remodelación que, dirigida por el arquitecto municipal, Amadeo Rodríguez, dio básicamente a la iglesia de Jesús Nazareno su actual aspecto, siguiendo el gusto ecléctico de la época e integrando obras artísticas tan valiosas como los frescos de San Dimas y Santa Elena y el espléndido lienzo de la Coronación de la Virgen, obras de Antonio del Castillo en el seiscientos, o los dorados retablos colaterales con la Virgen del Pilar y San Bartolomé, atribuidos a Teodosio Sánchez de Rueda y donados a comienzos del XVIII, como la gran lámpara de plata que ahora luce ante el presbiterio. Mas los decimonónicos estatutos no sólo recogían, entusiastas, la venerable tradición, sino también las viejas condiciones de elitismo social que finalmente provocarían en 1911 la extinción de la cofradía y la entrega en depósito de sus bienes a las religiosas de Jesús Nazareno.
Dos reorganizaciones devolverían al Nazareno a la pública veneración de su ciudad en el siglo XX, ambas en años de revitalización cofrade cordobesa. En 1938 un grupo de fieles integran la llamada Cofradía del Silencio, o de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Nuestra Señora de la Amargura y San Juan Evangelista, proponiéndose acompañar cada noche de Jueves Santo a sus imágenes titulares revestidos con negra túnica de cola ceñida con cinturón de esparto, aunque sólo dos años logran procesionar la bendita imagen de Jesús, con cánones distintos a los usos tradicionales de su antigua cofradía. Causas no bien conocidas sumen de nuevo a la corporación nazarena en la inactividad, y vuelven a dejar en manos de las hijas del padre Cristóbal el viejo legado devocional, fielmente actualizado año a año, excepto en lo tocante a la pública penitencia de Semana Santa. Muestra del fervor continuado, las obras que en la década de los 60 ennoblecieron la iglesia de Jesús, reestructurando el camarín del Amo del hospital y su retablo, obra de fines del XVIII, por iniciativa de la superiora general, la madre Teresa del Niño Jesús. Fueron entonces puestos en valor el suntuoso manifestador de plata, convertido en sagrario, y la hermosa peana procesional de la Virgen de la Soledad, desde esos días trono permanente del Nazareno de Córdoba. Como premoción de su vuelta a las calles de su ciudad, en la casa hospitalaria de Montellano se ultimaba el bordado de la nueva túnica, siguiendo con innegable acierto el diseño de la dieciochesca.

La segunda reorganización del pasado siglo daba sus primeros pasos en 1971, y sin interrupción llega, afortunadamente, hasta nosotros. Fruto primero de la nueva etapa cofrade, junto a la imagen devotísima de Jesús, casi sin duda la única venerada por los hermanos desde sus orígenes, la imagen sublime que desde ahora será titular, María Santísima NazarenaNazarena, obra anónima de origen napolitano donada a las hermanas hospitalarias hacia finales del XVIII, y que antaño acompañó procesionalmente a Jesús del Calvario desde San Lorenzo, enlutada con la suntuosa indumentaria bordada en Cabra por María de los Dolores Velasco y Malverín en 1862. En 1977 sería coronada con la regia presea cincelada por Alfonso Luque según diseño de los hermanos Valverde.

Herencia de la anterior etapa cofrade, aún viva en el recuerdo de los mayores, la ausencia de bandas musicales en la procesión y el negro del hábito nazareno, que ahora adopta las formas del usado por las religiosas: además del cubrerrostro con capirote, túnica y escapulario, cíngulo franciscano y, al pecho, el anagrama de Jesús en plata. Fruto de meses de trabajo entusiasta, el Martes Santo de 1972 sale Jesús. La Nazarena, tres años más tarde. Junto a antiguos enseres como el estandarte o las piezas de plata de las andas del Señor que ornamentan la cruz de guía, en aquellos primeros años se incorporan al cortejo penitencial la bandera morada con el anagrama de Jesús y las insignias de la Virgen, con bordados de la hermana Martina, o los nuevos incensarios y varas.
El enriquecimiento patrimonial es intenso en la década de los 80. Las hermanas hospitalarias encargan el nuevo retablo de María Nazarena, y la cofradía acomete la costosa obra de ampliación de la puerta del templo para permitir la salida de los pasos. Se estrenan el singular palio de la Virgen y los ciriales, y se reincorporan elementos tradicionales como el palio de respeto tras el Nazareno y el pendón blanco con las cruces de Jerusalén. En lo artístico, el buen hacer del hermano Andrés Valverde Luján es determinante en la consecución de la actual estética de la cofradía, tan caracterizada por la combinación de la plata con la madera de caoba, tallada en su prestigioso taller, del que es obra cumbre el aún inconcluso paso del Nazareno, estrenado en 1998.


Imágenes




Nuestro Padre Jesús Nazareno:

El Señor es una obra anónima de finales del Siglo XVI o XVII, restaurada por Andrés Valverde, Juan Reyes y Enrique Hinojosa en 1978.



María Santísima Nazarena:

La Virgen es anónima del Siglo XVII y la de San Juan es también anónima del Siglo XVII.



Pasos Procesionales




El paso de misterio, es de estilo Neorrococó y está iluminado, provisionalmente, por cuatro hachones. Tiene diseño, de Andrés Valverde Luján, y talla, en caoba de Brasil, de Andrés Valverde Luján y Manuel Valverde Serrano; la carpintería es del taller de Andrés Valverde. La peana, en plata, es de Cristóbal Sánchez Soto (1780).




El diseño y la talla, en madera de caoba, son de Andrés Valverde Luján y la orfebrería de Alfonso Luque Morales, con candelería de 72 piezas. Los candelabros de cola, en bronce fundido y alpaca plateada, son de Angulo (1975). El palio (1986) es de terciopelo negro, combinándose en las bambalinas el marfil, la orfebrería y el bordado en oro de Paquita Aguayo y Antonio del Pozo.


Hábito Procesional

Todo de negro, con escapulario y cíngulo franciscano.


Estación de Penitencia: Jueves Santo





Su Templo


Iglesia Hospital de Jesús Nazareno


En este hospital fundado durante la Baja Edad Media, tuvo su origen la Congregación de Hermanas hospitalarias, nacida en el siglo XVII gracias al impulso del Padre Cristóbal de Santa Catalina. La iglesia ha sufrido importantes reformas acometidas durante la segunda mitad del siglo XIX y el XX. Se conservan dos obras atribuidas al pintor de la escuelas barroca Sevillana Valdés Leal y un lienzo del artista cordobés Antonio del Castillo. También podemos encontrar dos tallas de importante factura: Nuestro Padre Jesús Nazareno, talla anónima del siglo XVII y María Santísima Nazarena, del siglo XVIII.

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